Saturday, September 13, 2008
Un Instante en la Plaza de las Tres Culturas: México, 2 de octubre de 1968
Qué encontrarás en este Blog?
En este blog encontrarás una narración de las circunstancias que me tocó vivir en la Ciudad Nonoalco-Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. También encontrarás la foto de un cuadro al óleo que pinté de memoria hace muchos años. El cuadro muestra los eventos que presencié en la Plaza de las Tres Culturas, unos minutos después de que comenzara la masacre de los estudiantes y los activistas. La narración y la foto son inéditas. Su reproducción para fines no comerciales está permitida siempre y cuando se cite a este blog como referencia.
Qué me motiva a escribir? Una advertencia.
Hoy como en 1968, vivimos el fracaso del sistema político mexicano. El fracaso no solo se debe a el hambre de poder y dinero de grupos minoritarios (la oligarquía mexicana) y la apatía de una clase media comoditicia, desinformada y amedrentada por la propaganda neoliberal (que es divulgada al por mayor por los medios corporativos de comunicación). El fracaso se debe también a los constantes embates de los intereses anglo-españoles que, al parecer, han invadido casi todas las esferas institucionales de nuestro país.
En 1968, el presidencialismo priista mandó al ejército a reprimir brutalmente a los estudiantes que se oponían a un régimen autoritario, que hoy sabemos era movido por los intereses norteamericanos, a través de la CIA, so pretexto de la paranoia soviética-comunista.
El ejército cometió un gran error. Al pasar de los años creo que lo han reconocido. Tengo la esperanza de que la no tan silenciosa intervención extranjera que se gesta en nuestro país, será reconocida cabalmente como tal por todos los mexicanos patriotas, incluyendo todos los miembros de las fuerzas armadas. El Ejército Mexicano tiene la misión de defender la soberanía nacional. Y la soberanía reside en el pueblo. Eso no se debe olvidar.
Mi narración y modesto cuadro no son un reproche para nadie. Yo ya perdoné. Es solo una advertencia para que lo que ocurrió en el año de 1968 en México, no vuelva a ocurrir ni en nuestro suelo, ni en ninguna parte del mundo. Las condiciones de hoy son similares a las de ayer. La lucha por la soberanía energética es una realidad y la ofensiva imperialista es feroz. Nos va la vida como nación el reconocerlo...
Judith Evangelina, septiembre 13, 2008.
(Gracias a mi hijo mayor por ayudarme a crear este blog.)
La foto
Esta es la vista que yo tenía desde la terraza de mi departamento en el edificio Aguascalientes de la Plaza de las Tres Culturas.
La Narración
Un Instante en la Plaza de las Tres Culturas: México, 2 de octubre de 1968
Julio de 1968 nos dejó marcadas con la represión, brutal autoritarismo, una presidencia ruin sin contrapesos, unas elecciones sin contenido, una estructura social que era la antítesis de la prometida por la Revolución Mexicana. LA PLAZA DE LAS TRES CULTURAS simbolizó un fracaso tan espectacular de la política priista.
Lorenzo Meyer
¿Donde?
México organizó las Olimpiadas de 1968. En esa época, el gobierno presidencialista quería mostrar al mundo que México era un país progresista y moderno. Un grupo de intelectuales, estudiantes y algunos grupos sociales, también deseaban manifestarse para mostrar al mundo que no todo lo que iba a relucir durante los Juegos Olímpicos era oro.
Me llamo Judith Evangelina. Mi esposo Salvador y yo eramos una pareja joven en 1968. En ese entonces teníamos dos hijos. Salvadorcito, el mayor, tenía dos años y Jorgito tres meses de nacido. Adquirimos felizmente una vivienda ubicada en la primera ciudad vertical que se construyó en México. El departamento se encontraba en el décimo segundo piso del Edificio Aguascalientes de Ciudad Nonoalco-Tlatelolco en la Ciudad de México.
Sintiéndonos tlatelolcas, adornamos nuestro departamento con réplicas de vasijas precolombinas similares a aquellas encontradas en el Centro Histórico y en las antiguas ruinas de Tlatelolco. Desde la sala comedor, se veía la terraza del departamento con La Plaza de Las Tres Culturas de fondo. El paisaje era verdaderamente bello. En el lado opuesto del departamento, desde las ventanas de las recámaras y los baños, se veía la calle de San Juan de Letrán y grandes edificios, moles de cemento de diferentes formas y tamaños. Desde las mismas ventanas se asomaba la Escuela Vocacional de IPN, que casi colindaba con el edificio Aguascalientes.
En el edificio Aguascalientes había dos entradas: la principal daba a un elevador grande en el que cabían como 12 personas. Era gris de techo alto y era operado por un amable elevadorista: un hombre alto y fornido vestido con el uniforme azul tradicional de los años 60s. Al lado derecho del elevador estaba una puerta que daba a la escalera de emergencia y una puerta que daba al sótano. Las escaleras eran blancas, angostas y encerradas entre dos paredes.
A la salida del elevador en el doceavo piso, se encontraba un pasillo grande que comunicaba a dos departamentos. Mi departamento estaba a mano derecha saliendo del elevador.
En la parte posterior del edificio, había otra entrada que comunicaba a los departamentos con el cuarto de lavado y el cuarto de servicio. La pared del cuarto de lavado estaba hecha de celosías. El área de lavado se comunicaba con la cocina y un pasillo que a la vez se comunicaba con la sala comedor, que como ya dije, daba hacia la bonita terraza.
Comienza la pesadilla
Una noche de julio de 1968 las familias tlatelolcas dormíamos apasiblemnte, cuando de pronto nos despertaron ráfagas de ametralladora y gritos de desesperación. Al unísono, cientos de ventanas se alumbraron y de inmediato se asomaron cientos de cabezas despeinadas o con tubos, yo entre ellas. Vimos y oímos lo que jamás pensamos que pudiese ocurrir en México. Unos hombres vestidos de civiles, con casco blanco y armados con metralletas, salían de la vocacional. Con terror fuimos testigos de como a varios jóvenes ensangrentados eran arrastrados de los cabellos o piernas, brazos y llevados a las cajuelas de unos coches que no tenían indentificaciones policiales o militares. Los muertos y heridos, eran alumnos que estaban de guardia en la Escuela Vocacional debido a una huelga que estalló en IPN, semanas antes.
No podíamos creerlo…….. ¿Qué hacer para protestar? Comenzamos a gritar -¡Asesinos, asesinos!-, hasta lastimarnos la garganta. A la mañana siguiente, todos los vecinos colocamos moños negros en las ventanas. Cientos de moños negros acompañaron la sangre que manchaba la escuela y la calle de San Juan de Letrán; acompañando también el silencio de la televisión y demás medios de comunicación.
Como respuesta a la brutal represión, hubo manifestaciones, protestas de todos los estudiantes del D.F. y provincia. Algunos intelectuales y agrupaciones civiles también se unieron a la protesta. Los estudiantes de la vocacional armaron una barricada desde el frente de la escuela hasta el otro lado de la calle. Allí se atrincheraron.
Como era de esperarse, en la noche siguiente llegaron grupos de granaderos con toletes y gases lacrimógenos, para agredir a los jóvenes. Con valor, los estudiantes respondieron a la agresión con piedras, palos y bombas molotov. La mayoría de los estudiantes vivían en Tlatelolco y sus padres estaban viendo desde las ventanas lo que ocurría. Poco a poco, los padres fueron bajando para rodear a sus hijos. Algunos vecinos también bajaron en protesta a la represión. Todos comenzaron a cantar el Himno Nacional y de los edificios se unieron voces formando un coro monumental.
De nada nos valió: estudiantes, padres y vecinos fueron sometidos y a empujones y toletazos, fueron subidos a camiones. De algunos de ellos no se volvió a saber. CLARO LOS MEDIOS INFORMANTIVOS MANTUVIERON SILENCIO ABSOLUTO.
Desde esa noche comenzaron las persecuciones en todo Tlatelolco. Civiles armados con toletes peseguían a cuanto joven encontraban. Una tarde fuí a comprar el pan a la tienda cercana. Dejé a mis hijos dormidos y encargados con el elevadorista. Entraron al negocio cuatro adolescentes, casi niños, para refugiarse de los agresores. Pero los sacaron y en mi presencia, les golpearon sus cabecitas sin piedad y se los llevaron a rastras, por más que quise ayudarlos no pude.
Me partió el corazón
Ella era bajita, morena y con pelo chino; él delgado, de estatura media y con atuendo rojo y negro. Conmovedor el amor tierno y puro que se profesaban entre besos, abrazos, comida y agua que ella le llevaba en una canastita. Una tarde supimos que los granaderos iban a reprimir a los estudiantes. Vecinos, estudiantes y la pareja amorosa transmitíamos angustia, miedo, terror. Desde mi ventana ví a la pareja despedirse con un abrazo eterno y último, ella caminó hacia los edificios y desapareció de mi vista; él se quedó en medio de la trinchera cuando atacaron los granaderos. Los estudiantes se defendieron con valor increíble. Después nos enteramos que varios de ellos murieron en el enfrentamiento.
Asilo
Siguieron las batallas casi todas las noches. Pero un día alrededor de las 3:00 de la tarde, comenzó una batalla con granaderos .… balas, gases lacrimógenos, piedras, y palos. Otra vez terror y angustia y muerte. Tocaron mi puerta. Eran tres jóvenes, uno de ellos con muletas quien padeció de poliomelitis cuando niño. Me pidieron refugio; los dejé pasar, se oían balazos. Yo tenía que ampararlos. No habían pasado ni diez minutos cuando una bomba de gases lacrimógenos entró por una ventila del baño; mis protegidos, hijos y yo fuimos a refugiarnos al lado opuesto del departamento, a la sección de lavado, las celosías que formaban la pared permitían que entrara aire fresco. Ya no tosíamos. Ya no sentíamos que nos ahogábamos, sobre todo mis pequeños hijos. Sin poder salir por las balas, sin poder entrar por el gas, nos quedamos un buen tiempo sin podernos mover del lugar.
En la noche siguieron los enfrentamientos. ¿De dónde llegaban más jóvenes a defender la trinchera? ¡No sé! Esta vez los granaderos y también civiles con casco blanco arrasaron con la trinchera y corretearon a los jóvenes hasta un edificio pequeño transversal al mío, que se situaba a la altura del edificio de Relaciones Exteriores y del otro lado de la calle. Los estudiantes se refugiaron en departamentos, algunos vivían ahí, buscando la protección de sus padres.
Los granaderos y paramilitares rodearon aquél edificio y comenzó la batalla. Los padres con mangueras de agua, sartenes con aceite (me imagino que caliente) sillas, palos, y piedras trataron de detener a los criminales. Pero el esfuerzo fue en vano. Supe después que padres e hijos y estudianes fueron asesinados o detenidos. LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN, BIEN GRACIAS, NI UNA PALABRA.
2 de octubre
Unos días antes del 2 de octubre, se corrió la voz entre vecinos, estudiantes y algunos medios de comunicación, que estudiantes, intelectuales simpatizantes del movimiento estudiantil y el gobierno, iban a tener una reunión PACÍFICA para dialogar. Inclusive, fue invitada la prensa. Todos los vecinos de Tlatelolco estábamos contentos pues teníamos la esperanza de que la pesadilla iba a terminar. Desde temprano los estudiantes arreglaron sillas enfrente del edificio Chihuahua, amarraron mantas con sus peticiones. Desde las tres de la tarde fueron llegando más estudiantes y simpatizantes del movimiento y ¡claro que sí!, los vecinos desde las terrazas o ventanas también se asomaron. A las 15:30 p.m. llegó mi madre (¡gracias al cielo!) y como mis hijitos estaban durmiendo, nos fuimos a la terraza a enterarnos de lo que acontecía en la asamblea. A las 16:30 p.m., fuí a despertar a mis niños y por la ventana ví que soldados y tanques rodeaban la zona; asustada, corrí a comentarle a mi madre: ¡Mamá soldados! ¡Van a matar a la gente!. - No, no son capaces de hacerlo- me contestó. -Si tiran será para asustar a la gente con balas de goma. Minutos después, entramos a la sala del departamento, y mi mama se quedó jugando con mis hijos mientras yo me fui a la cocina a preparles un refrigerio a lo chiquitos. Después de que se comieron su refrigerio, mi madre y yo regresamos a la terraza, mientras el niño más grandecito jugaba en la sala y el más pequeño descansaba en una sillita reclinable y se entretenía con su sonaja azul.
En el departamento teníamos un reloj de péndulo colgado en la pared. Alrededor de las 17:00 horas, escuchamos un balazo. Y a partir de ese momento comenzó la balacera. (Algunas personas que eran mis vecinos me comentaron que se vió una bengala antes de que empezara la balacera. Pero por la orientación de mi departamento yo no la ví.)
¡Yo ví!, ¡yo ví! como caían personas heridas o muertas. Un anciano cayó de espalda cuando subía a un camión que pasaba por San Juan de Letrán. Una señora que estaba caminando sobre la Plaza de las Tres Culturas y llevaba una bolsa del pan cayó junto a su hijo (quien tendría 4 o 5 años de edad). Unos segundos después cayeron más jóvenes que asistían al mitin. Se formaron varios montículos de personas heridas o muertas. A mi madre le pasó cerca una bala -No son balas de goma mamá- le dije. Corrimos por los niños para protegerlos. Las balas entraban al departamento rompiendo cristales y objetos (le atinaron a mis réplicas precolombinas). A gatas, nos fuimos al pasillo de entrada de la casa. Dejé a mis niños con mi mamá. Yo tenía que ver lo que ocurría y ser testigo.
Asomada entre las plantas de mi terraza observé que los soldados estaban agazapados entre las columnas de los edificios, huecos y entre los árboles. Otros caminaban y disparaban al mismo tiempo. La gente corría sin rumbo, estaba cercados. También se oían detonaciones que venían desde el edificio Chihuahua. Las ráfagas de ametralladora aumentaban de intensidad conforme los minutos transcurrían.
Los soldados tomaron la plaza. Ví a un tanque que se movía en la plaza. Ví el estallar de una granada (o proyectil) en el edificio Chihuahua. De un helicóptero disparaban hacia todos los edificios.
Alrededor de las 17:30 horas alguien tocó el timbre de mi departamento. A gatas me fuí a la puerta de entrada. Por la mirilla de la puerta ví que dos excompañeros de la Facultad de Derecho llamaban. Ellos sabían que yo vivía en Tlatelolco. Pensé no abrirles. Se decía entre los compañeros estudiantes que recibían sueldo de la CIA. Sin embargo decidí abrirles, eran seres humanos en peligro y me pedían refugio. Los dejé pasar.
El pasillo de entrada de mi departamento era el lugar más seguro para refugiarse: había varias paredes protegiéndonos. Entre todos acomodamos sillas y una cuna para mis niños. Después me fuí a gatas a la cocina y agachada preparé la merienda y la mamila de mis chiquitos; para los mayores café. Siguieron los disparos por varias horas. Mis excompañeros dijeron que tenían que reportar la situación (no me dijeron a quién) y aproximadamente a las 9:00 p.m. me dieron las gracias y se fueron.
A las 10:00 p.m. se escucharon gritos de ¡auxilio, socorro…….ayúdenme! Los gritos parecían venir del cubo del elevador. -No puedo quedarme sin ayudar- le dije a mi madre. Reconocí la voz de la inquilina del séptimo piso. Era una vecina que acababa de tener un bebé hacía 5 días. Mi mamá me dijo -Yo cuido a los niños, ya se durmieron ¡Vé!-. Yo pensé que el bebé podía tener algún problema y bajé al séptimo piso.
El esposo de mi vecina estaba herido, una bala expansiva le había penetrado en el brazo y sangraba profusamente. Lo hirieron cuando miraba con un pequeño telescopio a los soldados que estaban estacionados en San Juan de Letrán. La balas también impactaron la cuna del bebé de los vecinos. El elevadorista, un joven y yo tratamos de ayudarlo. Ellos habían llegado primero que yo al escuchar los gritos. Le pusimos entre todos ropa anudada para controlar la hemorragia; el elevadorista pudo llamar a unos soldados y estos llegaron con una camilla y se llevaron al herido. (Días después de la matanza, supe que al salir del elevador acostado en la camilla, un soldado intentó clavarle una bayoneta en el pecho mientras decía: ¡Chingados estudiantes hay que acabar con ellos! Los soldados que portaban la camilla gritaron: ¡No, no lo mates, es un padre de familia! Y se salvó el herido, mi vecino.)
Al sentir la angustia de mi vecina después de ver salir a su esposo herido y la cuna de su hijito completamente baleada, le sugerí que se fuera a mi departamento. Cinco pisos arriba teníamos más probabilidades de sobrevivir por la altura. Era imposible salir para nosotros fuera del edificio. El riesgo que corríamos si lo intentábamos era demasiado grande. No teníamos la más mínima confianza en los soldados y teníamos la impresión de que el fuego de los soldados era repelido desde el edificio Chihuahua, es decir, había fuego cruzado. De hecho, en esos momentos no sabíamos si veríamos a mi vecino otra vez.
De regreso a mi departamento, nos acompañaron el elevadorista y el joven de veinte años. Yo pensé que el joven era familiar de la vecina y la vecina y el elevadorista pensaron que era familiar mío. Arreció la balacera y como oímos detonaciones de granadas y en el pasillo en el que nos refugiábamos constantemente botaban vidrios, pensamos salirnos al pasillo que daba para el elevador.
El elevador estaba atrás de una pared y era de metal. Por la parte trasera varias paredes nos protegían de las balas y vidrios. Por decisión unánime detuvimos el elevador en mi piso y prendimos las luces de todo mi departamento. Dejamos la puerta abierta, sacamos sillas y una cuna. Comenzamos a platicar sobre todo lo que ocurría. Cuando la plática estaba en su apogeo le pregunté al joven si era familiar de la vecina y me contestó ¡No! ¡Soy estudiante! Había podido correr a salvo de las balas y logró llegar hasta el sótano del edificio, pero al oir los gritos de auxilio, subió al séptimo piso para prestar ayuda.
Todos los presentes estábamos conscientes del peligro que corríamos, pero seguimos platicando y tratando de dormir a los tres niños entre el ruido de ametralladoras y balazos. El estudiante me pidió entrar al baño. -Pase Ud.- le dije. Al darme cuenta que se tardaba, entré a buscarlo (a gatas por supuesto). Al entrar lo encontré camuflageado debajo de la mesa del comedor y las sillas, profundamente dormido; pero ni tonta ni perezosa, apagué la luz del comedor, y dejé la puerta de entrada abierta para que no hubiera sospecha. Sabía que los soldados catearían cada departamento en algún momento.
Decidí volver a asomarme, pero ahora por las ventanas que daban a la calle de San Juan de Letrán, porque se oían menos disparos; eran aproximadamente las 11:00 p.m. Con terror ¡Ví, ví! como llevaban los soldados en camillas cadáveres de estudiantes o a gente del pueblo, muertos o tal vez heridos e inconscientes y los aventaban a carros de la basura del Depto. del D.F. que estaban estacionados enfrente del edificio Aguascalientes. Este desfile macabro siguió hasta las 4:00 a.m. Me pregunté y lo sigo haciendo ahora: durante todas esas horas ¿Cuántos cadáveres o moribundos terminaron en los carros de la basura?
Aproximadamente a las 3:00 a.m. arreciaron los disparos nuevamente y unos helicópteros comenzaron “a limpiar” con ráfagas de ametralladoras edificio por edificio; cuando terminaron se escuchaban algunos disparos aislados, me asomé con cuidado por una de las ventanas y ví como los soldados iban tomando los edificios y como se dirigían al mío. Yo sabía, que el elevador estaba detenido en mi piso y que los soldados tenían que subir los doce pisos por las escaleras y eso nos daba oportunidad para poder escuchar cuando llegaran a mi departamento y así protegernos. El elevadorista siguió sentado en una silla completamente inmóvil, mi vecina abrazó a su hijito, mi mamá se agachó y cubrió con su cuerpo a mis dos niños y yo de frente a la puerta de las escaleras de emergencia cubriendo a mi mamá. Pensé en esos segundos que podíamos morir pero que si tiraban los soldados me dispararían a mí, y como mi mamá era gordita, por más que me atravesaran las balas llegarían a mi mamá y no a mis hijitos. … Los soldados subían ¡piso primero y se escucho como pateaban la puerta de la escalera de emergencia y disparos (no se quien disparaba) … ¡segundo piso…. ¡tercero!…….¡cuarto!……¡quinto!….¡sexto!…….¡séptimo!…..¡octavo! …… ¡noveno! ……. ¡decimo! …… ¡décimo primero! La patada en la puerta (acepté mi muerte) y una bayoneta se acercó a mi estómago ……..! ¡No disparó! ¡No me encajó la bayoneta en el estómago!....... Al unisono gritos: ¡Hay niños! ¡Hay niños!
El soldado que venía al frente le dijo al siguiente soldado, hay niños y de voz en voz se comunicaron. Los soldados entraron al pasillo de puntitas (mi hijo Salvador paradito en su cunita azorado los veía pasar) volteado a mi departamento que tenía la puerta abierta (con el estudiante durmiendo camuflageado adentro). Se dirigieron al siguiente piso. Ya que catearon todos los departamentos y la azotea, el soldado que comandaba al grupo, bajó al pasillo a donde nos encontrábamos; se le veía abrumado y triste, con los ojos enrojecidos .
Mi mamá con experiencia y recordando a nuestro tesoro escondido, le dijo - Siéntese un momento Sr. … ¿Gusta una taza de te?- Y mi mamá acomodó una silla de espaldas al comedor. –Sí gracias- le contestó. El militar bebió una infusión hecha con agua de papas cocidas y hierbabuena. Al terminar nos dió las gracias nuevamente y dijo que tenía que regresar a la azotea. Inmediatamente me dirigí al comedor y desperté al estudiante: - ¡Joven… joven! ¡Ya tomaron el edificio los soldados y si lo encuentran aquí, nos van a matar! Vaya por el elevador de servicio al departamento del quinto piso que está vacío; ese departamento ya lo catearon, por favor!-. El joven se fué. (Después me enteré que el elevador de sevicio se atoró y seguramente el joven asustado comenzó a pedir auxilio alrededor de las 6:00 a.m. Los soldados lo oyeron y lo detuvieron inmediatamente. Lo llevaron al campo militar número uno. Esto me lo comentó un vecino del quinto piso (que era médico) cuando caminábamos hacia la salida del edificio Aguascalientes por última vez. Este estudiante no era mexicano, era nicaraguense. Quien sabe que le habrá ocurrido.)
Eran aproximadamente las 5:00 a.m. cuando llegaron carros de bomberos y con las mangueras de presión y comenzaron a lavar la Plaza de las Tres Culturas tratando de borrar toda huella del genocidio. No quedó un solo rastro de sangre, pero no pudieron borrar las semillas sembradas por los mártires para que algún día en México germine una verdadera democracia y sea libre y soberano.
A la salida del sol se veían soldados camuflageados en las calles y el edificio más dañado era el edificio Chihuahua perforado por la metralla. Ahí habían contestado la agresión del ejército, los mercenarios contratados por el gobierno y que fueron masacrados por órdenes del mismo gobierno para no dejar testigos. Esto no me consta pero es lo que se comentaba entre los testigos.
A las 7:00 a.m. preparé una pequeña maleta con las pertenencias de mi esposo, hijitos y las mías. Abandoné el departamento de LA PLAZA DE LAS TRES CULTURAS para siempre. Ahí conocí la maldad humana, la negatividad en su máxima expresión, pero también encontré una esperanza en el México del futuro ¡CON PROFUNDO AMOR, COMPASIÓN Y PERDÓN, llevaba entre mis brazos a mis hijos y también abrazándonos mi madre .
Varios días después de aquél terrible período de tiempo, me encontré por casualidad al elevadorista, un día que mi esposo fue a arreglar la venta del departamento del edificio Aguascalientes. Yo estaba en el coche esperando. No me atreví a entrar a Tlatelolco. Nunca he regresado a aquél lugar hasta la fecha.
El elevadorista me contó que el 3 de octubre, como a las 6:00 a.m. los soldados que resguardaban el edificio le pidieron que abriera el elevador de servicio porque se escuchaban gritos de auxilio. Él se negó argumentando que ya estaba fuera de su horario de trabajo. El también me contó como sobrevivió a su herida mi vecino. Esta información la supo el elevadorista a través del hermano de mi vecino. Porque ellos tampoco regresaron a Tlatelolco. Nunca más supe de ninguno de ellos después de aquél día.
Mi esposo y mi padre al enterarse de que había una balacera en Tlatelolco trataron de entrar a la zona del conflicto para rescatarnos pero por la balacera continua decidieron esperar. Estuvimos en contacto con ellos por teléfono la mayor parte del tiempo. A las 7:00 a.m. fueron por nosotros en una camioneta del Seguro Social. Nos recogieron en el estacionamiento del lado de San Juan de Letrán. El estacionamiento pertenecía al edificio Aguascalientes.
Se bajaron de la camioneta y se dirigieron a la entrada del edificio, no habían dado unos pasos cuando unos soldados a mi esposo siendo joven, lo encañonaron y le pidieron su identificación. Mi esposo les mostró su credencial del IMSS. Mi mamá Aurora, mis hijitos y yo salíamos del edificio y nos encontramos cuando bajábamos al estacionamiento. Con más que alegría nos abrazaron mi esposo Salvador y mi padre Pablo.
Los medios de comunicación guardaron silencio. Las pocas noticias que dieron eran muy limitadas o distorsionadas para ocultar lo ocurrido en relación al genocidio del 2 de octubre. Esta actitud de los medios corporativos no ha cambiado en ¡40 años!
Los medios dijeron en ese tiempo que los estudiantes habían comenzado a agredir al ejército disparando desde los edificios y que por esta razón el ejército había contestado la agresión. Sin embargo los medios de comunicación advirtieron a padres de familia días antes del 2 de octubre que no dejaran ir a sus hijos a la manifestación. Esto me sugiere que los medios ya sabían lo que iba a ocurrir.
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